Sunday, May 22, 2011

¿Cómo participar?

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Esbozo de una homilia para la Quinta Semana de Pascua, Año A


Durante estas semanas de la Pascua, seguimos celebrando la victoria de Cristo en la cruz. Esta victoria tan grande no se celebra adecuadamente en un día, ni en una semana… se celebra durante 50 días… poco a poco nuestra Madre la Iglesia nos invita a comprender ¡qué grande es el Señor! El venció a la muerte y el pecado a través de la muerte. Muriendo, derrotó a la muerte definitivamente y nos trajo la vida.

Nos juntamos aquí en esta bella iglesia para celebrar la Eucaristía, la fuente y culmen de nuestra vida católica. A la Santa Misa llevamos todo lo que somos, todo lo que experimentamos, tanto malo que bueno… llevamos todo a este altar. De la santa Misa fluye todo la gracia que el Señor nos ofrece… no es decir que el Señor no puede trabajar de otra manera, pero es precisamente por el sacrificio de Cristo que él eligió actuar. La puerta por lo cual entramos a este sacramento es el bautismo.

Hoy, en nuestra segunda lectura, San Pedro está enseñando sobre nuestra identidad en Cristo, la identidad que viene del bautismo. A pesar de nuestra debilidad, a pesar de nuestros pecados, a pesar de nuestra ignorancia, el Señor nos ha escogido y nos ame con perfecta fieldad. Según San Pedro, pues, ¿Quién somos? “Ustedes también son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo.” A través del bautismo, somos configurados hijos e hijas del Padre, y somos sacerdote, profeta, y rey. Esta dignidad no pertenece a un grupo contadito, a unos cuantos los líderes, ni tampoco pertenece sólo a los hombres llamados al orden sacerdotal… esta dignidad viene con el bautismo. Cada persona bautizada ha sido transformada en sacerdote, profeta, y rey. Es precisamente por haber recibido este don del bautismo que pueden entrar a esta iglesia hoy. No vienen a observar algo, no vienen como espectadores, de ningún modo! Vienen a participar, a celebrar en raíz a su sacerdocio bautismal. Atiende otra vez a San Pedro, “Ustedes, por el contrario, son estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad…” San Pedro está hablando a todos nosotros, cada uno… escucharemos a su voz?

¿Cómo participarán? Por cantar? Por leer? Por escuchar? Si, en todas aquellas maneras, pero no es allí donde se encuentra su participación, su celebración, fundamental. Poder participar plenamente, poder celebrar plenamente en la Eucaristía no depende principalmente de tener algún trabajo… ni tampoco depende de poder hacer algo exterior. Una persona muda, una persona sorda, una persona coja… esta persona podría participar profundamente igual a cualquier otra persona… ¿Cómo? ¿De qué manera? San Pedro lo dijo: “…un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales…” El corazón de la Misa es el sacrificio de Jesucristo, ofrecido a través del sacerdote. En raíz a su ordinación, un don que viene encima de su bautismo, el actúa en la persona de Cristo. El sacerdote es Cristo, el sacrificio es Cristo, y la congregación es Cristo. Tu participación se hace verdadera en el momento que te ofreces completamente en el altar con el pan y el vino. Cuando el sacerdote dice “Este es mi cuerpo,” no se habla principalmente por sí mismo, pero habla por Cristo. Más bien, Cristo habla por el! Además, habla de ofrecer a su propio cuerpo y vida. En este momento, los bautizados deben ofrecerse a sí mismo también. Ésta oferta deber alcanzar al lecho de su alma, su corazón, su vida. Debe alcanzar su gozo, su agradecimiento, su alabanza, pero también su dolor, su angustia, su ansiedad, sus dudas, cualquier dificultad. En la Misa no contamos al Señor lo que creemos que él quiere escuchar…. No es mantener la apariencia que todo está perfecto en nuestras vidas. Si acerquémonos al Señor de esta manera, prácticamente cerramos la puerta al Señor. Celebramos la Misa profundamente en el momento que llegamos honestamente al Señor con todo lo que somos, confiados de que El nos ame de verdad, así como somos.

Termino con las palabras tan bellas del Evangelio… Escuchan otra vez, “Jesús dijo a sus discípulos, “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí…. Yo soy el camino, la verdad, y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre.” Jesús nos mostró el camino cuando se ofreció completamente por nosotros en la cruz, y resucitó en el tercer día… Jesús nos enseñó la verdad y lo sigue enseñando a través de su cuerpo, La Iglesia… Jesús nos da vida, él mismo es la vida que nos da. Esta vida, gracia, fuerza y perdón nos llega especialmente en cada Misa, nos llega del altar… la mera vida de Dios, su gracia, su cuerpo, y sangre. Acerquémonos hoy conscientes del don del bautismo… acerquémonos conscientes de nuestro profundo hambre y necesidad por Dios, acerquémonos al altar ofreciendo al Padre todo lo que somos, dispuestos a recibir a Dios mismo, todo lo que El es, a Jesucristo nuestro Señor.

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